viernes, 27 de febrero de 2009

Palabras menores de música paradisíaca.

Las más lindas piernas que jamás pude tocar, carnada perfecta para un diablo como yo. Tu figura traía una gracia particular (o solamente me tenías obnubilado). Tu remera le hacía juego a mi gusto (más apretada, más cerca de mi cielo) y unos ojos que lograban poner en vergüenza a cualquier par que parece adelante tuyo. Todos pensaban que eras un sol enfermo pero solamente nosotros (los que admiramos ángeles de tu talla) sabíamos que, en realidad, sos la luna más hermosa.
No se porqué me gasto, porqué escribo todo esto. Si total, no creo que llegues a leer esto, lo nuestro se basó en algo mucho distinto: todo se resumió en ese grito, en ese desahogo de pasión (lo más parecido al amor), en ese momento en el que no nos importó nada más. En el que no fuimos nada más que uno. Fue en ese grito donde comprendí todo: que sos la chica que quiero para mi y que, si esa fue la única vez que te vi, muchas gracias por despertar lo que no conocía de mi.

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