jueves, 5 de marzo de 2009

De toda esa gente, la única era ciega era yo.

Morir dándole todo a la nada (entre el amor y lo que vale). Caminando en un horizonte omnipresente, donde la razón y la fuerza, casi simbólicas, son estandartes. ¿Cuántas veces dejamos todo sin importar nada? Mi causa era mi Dios, mi escudo de luz; ya no interesa (volviste nulo esto). Degollaste al lobo y querés jugar al cordero, y en esta oscuridad no hay jefe y hasta el peón se puede comer al rey. Soy tu 4 de copas y no te sirvo ni para el envido, te cansaste de barajar y no querés apostar a nada, dejas que te lleven de paseo y ahí vas (no importa más que eso). Si la estuve peleando por vos, ¿te importa? ¿Te importa, acaso, si me calcé los guantes y salí a pelearla al lado tuyo, todo por la causa mayor?

Basta, me harté de tu ser efímero, que cuando me canso de remar, me gatilla la sien.

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