martes, 3 de marzo de 2009

Jugando a la ambigüedad

Vamos cielo, ya es tarde y seguimos con este tonto juego. Las fichas se cansaron y ya no quieren mover ni satisfacernos (ironías mi amor, ironías...), lo hicieron al compás de nuestro amor y ya no queda nada en esta mesa más que el solitario tablero. Cerramos la puerta y dejamos todo adentro: ternura, besos, caricias, placer… pero, sin embargo, siempre guardamos la llave. Pensar que en ese cuarto pasé algunas de las mejores horas de mi vida. Aunque cambiara el lugar, la ambientación, los colores, para mi el tiempo con vos era en un cuarto donde no había ningún otro estímulo que el tuyo (y vaya que me encendiste), nadie más que vos y yo. ¡Como me complacías amor, como me complacías!. Con vos era diferente, éramos un mar donde fácilmente pasábamos de la calma a la tempestad, pero siempre juntos. Que con vos era mucho más que una simple lujuria. Todos podrán decir “sexo”, pero solo yo sé que, con vos, fue “hacer el amor” (y que diferencia que hay, me estoy dando cuenta…).
¿Qué nos pasó? ¿Porqué volvimos a esta habitación? Nos miramos, callamos, nos volvemos a mirar, ambiguamente vemos el tablero y nos sentamos. Recordamos como iba la partida… siempre compartiendo el casillero, siempre juntos.
Dale querida, ¿qué vas a hacer? ¿Vendés el cuarto o no? Tirá los dados, adelante tenés: “perdés el turno”, “fin de la partida” (nunca me gustó la soledad, mi amor…) y “volver a empezar”.

Vamos, decidí, a vos te toca.

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